El largo adiós
Cuando escribió en 1953 "El largo adiós", Raymond Chandler se había ganado ya un lugar en la historia del genero con las anteriores novelas protagonizadas por Philip Marlowe. Fue con ésta, sin embargo, con la que el autor trascendió las convenciones del género y se aseguró un lugar en la historia de la literatura con mayúsculas.
"El largo adiós" no comienza con el encargo de un cliente ni ningún incidente criminal, como suele ser habitual en los casos de detectives privados. Lo que vemos es el nacimiento de de la relación entre Philip Marlowe y Terry Lennox, un melancólico vividor casado con una rica heredera. A raíz de la ayuda prestada por el detective a Lennox en el transcurso de una de sus habituales borracheras, ambos hombres, a pesar de la diferencia de clases sociales, inician una amistad más o menos profunda en la que intercambian consideraciones sobre su existencia y copas de gimlet.
Una noche, Lennox acude a Marlowe tras haber descubierto el cadáver de su mujer, brutalmente asesinada. Sin planterse la culpabilidad o no de Lennox, Marlowe le ayudará a escapar a Méjico, a costa de ser encarcelado como posible complice de asesinato. Sin embargo, sus esfuerzos serán inútiles; el investigador es puesto en libertad tras recibir la noticia del suicidio de Terry en un recóndito pueblo mejicano, acompañado de una nota en la que éste confiesa la autoría del asesinato.
"Él no era importante, después de todo. Nada más que un ser humano con sangre, cerebro y emociones"
Tras esto, todo el mundo está interesado en dar por concluído el caso: las autoridades, que tiene un caso cerrado y perfecto, con un asesino confeso y muerto; el padre de la víctima, un acaudalado millonario que odia la publicidad. Varios gangsters de los Ángeles, que conocían a Lennox y quieren mantener sus secretos a salvo. E incluso Linda, la hermana de la muerta, que mantiene con Marlowe una relación de rechazo y atracción agobiantes. Todo ello no será obstáculo para que Marlowe siga pensando que tras la historia de Lennox hay algo más que turbio.
La aparición en escena de Roger Wade, un desquiciado escritor vecino de los Lennox, y de su mujer, Eileen, una impresionante belleza de intenciones desconocidas, terminará de poner a Marlowe sobre la verdadera pista de lo ocurrido a Lennox; una pista que se remonta a la 2ª guerra mundial y que, además , cambiará completamente la imagen que éste se había formado de su propia amistad.
Tras las primeras novelas de la saga, en que el autor siguió la senda un tanto violenta y “hardboiled” de Dashiell Hammet, Marlowe es aquí ya un hombre un tanto mayor y decepcionado; después de tantos años, lo único que tiene es su pequeño despacho y una modesta casa. Sus amistades se limitan a un dura relación con un policía llamado Bernie Ohls y la relación con el propio Lennox. De ahí que , contra viento y marea, y con todos los personajes de la obra recriminándoselo, Marlowe sea un sentimental y un hombre de una integridad moral intachable. Por que sus posesiones son muy escasas y no puede permitirse perder ninguna de ellas.
Sin ninguna duda, la situación personal de Chandler, que el año siguiente perdería a su esposa, se refleja perfectamente en el carácter de sus creación. Philip Marlowe no es “un tipo duro”, como recuerda constantemente a sus oponentes. Es simplemente un hombre que utiliza el cinismo y la ironía como sus únicas armas.
"Había un largo cabello oscuro en una de las almohadas y a mí se me había puesto un trozo de plomo en la boca del estómago. Los franceses tienen una frase para eso. Los muy cabrones tienen una frase para todo y siempre aciertan.
Decir adiós es morir un poco"
Pero si en el argumento Chandler se desmarca un tanto de la crónica negra para describirnos, en suma, la dolorosa madurez de un personaje que a pesar de sus virtudes, poco ha ganado con ellas, en el estilo literario donde el autor se revela como un literato impresionante. Chandler es capaz de llenar páginas enteras con simples pensamientos del personaje –inolvidable la disertación sobre las rubias- que en modo alguno alteran el ritmo. Y no sólo eso, las palabras que el propio Chandler pone en boca de Marlowe nos asombran, muchas veces, por conformar una especie de , no sé como describirlo, lirismo realista. Marlowe no necesita usar palabras hermosas o rebuscadas para expresar sus emociones. Desde su último encuentro con Linda Loring, al que pertenece el párrafo anterior, a la última y esclarecedora entrevista con Maioranos , el hombre que posee la clave del misterio, las palabras de Marlowe parecen pistolas cargadas con sentimientos y emociones.
“El largo adios”, pues, tal vez no sea la novela adecuada para los amantes del misterio o la acción; es más bien la novela adecuada para esas tardes de lluvia, en que nos invade la melancolía y parece que pudiéramos pasar una eternidad con la frente apoyada en la ventana, observando como caen resbalan las gotas por ésta. Y puede ser una novela para reconciliarnos con nosotros mismos, para darnos cuenta, como Marlowe, que la soledad puede no ser un castigo; puede ser una opción, más o menos mala, pero una elección, al fin y al cabo.